Junio
2012. Reunión
de singularólogos en los Alpes.
En
junio 2012 el final se veía tan claro como un paseo en la montaña
lleno de neblina. No digo que ahora
el final esté nítidamente dibujado pero al menos algo se adivina al
fondo del pasillo. Hace un año
todo estaba por verse.
¿Y 'ora pa' dónde?
Llegué
a Obergurgl lleno de expectativas. La idea de encerrarse en los Alpes
austriacos durante un
mes rodeado de matématicos interesados en las singularidades me
parecía deliciosamente romántica.
En los meses anteriores al evento estuve entregado a la lectura de un
artículo de cierto
japonés que los azares del destino llevaron a la misma montaña en
la que yo debía estar en
el mismo espacio de tiempo. La lectura fue (como pasa seguido en este
medio) particularmente tormentosa
así que la idea de encontrarme al autor produjo un sentimiento de
euforia llena de esperanza.
El retiro en la montaña iba a ser decisivo en el rumbo de mi tesis
y, consecuentemente, en
el rumbo de mi vida.
Antes
del encuentro con el japonés en cuestión pasaron tres semanas de
cursos sobre la resolución de singularidades.
Ahí me enteré de que me mintieron. Resolver singularidades es más
excitante de lo que
me habían dicho. Para mi la resolución era un proceso rígido cuya
existencia suele justificarse por sus
dichosas propiedades geométricamente atractivas. No. Resolver
singularidades es una verdadera cacería.
El enemigo se mueve constantemente y es muy inteligente. Se esconde,
se disfraza, miente. Y
aun con toda su astucia el enemigo fue derrotado. Es bueno enterarse
de todo esto. Pero yo tengo otra
misión. Y el hecho de que algunos saben capturar al
enemigo no me facilita nada.
El
encuentro sucedió. Nada particularmente estremecedor. Preguntas,
respuestas parciales, ideas intuitivamente
correctas. Tuvo que transcurrir un año más para convertir en
certezas aquellas fantasías.
¿Final feliz?