Julio 2012
Munich
El
recorrido empezó en Munich. Después de aquellos días en la montaña
volví a los brazos de mi mujer (y ella a los brazos de su hombre) y nos entregamos a los
excesos (¡a todos los excesos!).
Nos
encontramos en Munich para beber. Y Munich fue generoso. Tarros
gigantescos estuvieron siempre
junto a nosotros. Y con ellos, los munichienses. La primer noche,
unos jovencitos peligrosos que
a mí me divirtieron mucho pero que asustaron a mi mujercita dejaron
claro que hay alemanes que están
lejos de ser como los platican.
Una
calle después: bar lleno de gente, un acercamiento tímido,
una pregunta: are
you part of the community?,
una respuesta: somehow...,
¡esa era la palabra mágica!,
resultado: ¡harta cerveza gratis!, hasta que la fiesta terminó y
nos echaron del lugar. A
caminar de vuelta a casa siguiendo un camino zigzigueante. Minutos
después, una fuente que promete
la eterna juventud. La princesa Malèna y yo, en la cúspide de la
borrachera, atrevesamos la
fuente corriendo y ¡ah, borrachera traicionera!, mi triste compañera
terminó estampándose en un pilar
de medio metro de altura. Como pude la levanté imaginando lo peor:
¡el alcohol y una fuente mágica se
iban a robar la memoria de mi mujercita! La abracé completamente
angustiado, le pregunté su nombre y
si sabía dónde estaba. No contestó. La noche se fue en un largo
mal viaje que mi oscura imaginación decidió
seguir.
A
la mañana siguiente, la cruda y de vuelta a la vida real. ¡Y
vámonos a Berlín!