Agosto 2013
Tercer
día. Hay que visitar el otro museo importante. Pero antes, una
parada en el Vundelpark para
arreglarse. Clásicos holandeses mucho más fáciles de digerir que
Van Gogh. Otra jornada espectacular.
Cuadro tras cuadro, maravilla tras maravilla. El resto del día se
fue recorriendo las
calles a pie.
Cuarto
día. Soy un amante de la bicicleta. Nunca me ha gustado mucho
manejar. En cambio, en
bicicleta siento que floto, soy un pez en el agua. Y Amsterdam es un
paraíso para los ciclistas.
Para explorar ese encanto de la ciudad me abstuve de invocar a mi séptimo sentido. En
mis cinco, rento una bicicleta. En el Vundelpark dejo el resto de la sustancia mágica. Triste
final, un bote de basura. En mis cinco, me subo a la bicicleta. Y a recorrer toda la ciudad. Toda.
Completamente drogado siempre estuve muy tranquilo. ¡Su puta madre,
en la bicicleta no! Hay
reglas de buena conducta que hay que respetar y que desde luego no
conozco. Y ahí me tienen,
metiéndome en sentido contrario, manejando demasiado despacio,
parándome donde no debía,
dándole el paso a los carros cuando son ellos los que deben pararse.
Intenso, así estuvo. Y
sobreviví. Me perdí, como debe ser. Sentí angustia pero no miedo.
Entré y salí de Amsterdam en
bicicleta. Y en el camino, ventanas sin cortinas, gente sonriente, la
buena vibra.
Mi
corazón latió al ritmo de la ciudad. Y la ciudad me pareció en
perfecta armonía. En paz y en perfecta
armonía.