Todo comenzó
en un verano peligroso. El terrorista marroquí me sugirió un camino
que yo no había imaginado y que me llevó directito a unas mentadas
bases de Groebner. Aparecieron y después desaparecieron. Seis años
más tarde, esas bases de Groebner me llevaron a San Petersburgo.
San Petersburgo
Por razones mágicas (sí,
porque la vida es mágica), las bases de Groebner reaparecieron en mi
vida. Luego un amigo de mi querido director se apareció
por Tu Lus. Y, ¡mira qué casualidad!, el tipo es un especialista en
el tema. Sin dudarlo un momento, me lancé a su encuentro y hablamos
y hablamos. Resulta que el tipo en cuestión organiza un congreso
sobre álgebra computacional en San Petersburgo y así sin más me
invitó.
The Euler Mathematics Institute
Para el congreso,
cualquier cosa que incluya las palabras álgebra computacional entra.
O sea, hubo de todo. Y si a eso le agregamos que una que otra plática
era en ruso pues podemos concluir que de las pláticas en si no
aproveché mucho. Afortunadamente, como en cualquier congreso
respetable, hubo noches de alcohol y es ahí donde se intercambian
realmente las ideas. Las ideas y unos buenos tragos de vodka casero.
Aquello se veía altamente tóxico pero igual le entré con muchas
ganas. Tal vez demasiadas. Pero cómo negarse a un trago más cuando
toda la gente está cantando, brindando y sonriendo. Había algunos
que no hablaban más que ruso e incluso con ellos se estaba bien.
Había un estudiante en particular que era deliciosamente simpático.
Todo el tiempo me hablaba en ruso y se reía sin parar. Seguramente
me estaba mentando la madre pero no importa. La buena vibra siempre
se agradece. Tuvimos un par de tardes libres para turistear. La
primera me perdí tratando de encontrar el centro. No lo logré pero
en el camino me entregué a la melancolía que emana de esos viejos
edificios de la era comunista rodeados de enormes árboles sin hojas.
Aquellos viejos edificios
El último día, ahora sí con un mapa y acompañado una parte del
recorrido por un ruso gigantesco, me entregué a la contemplación de
ese centro histórico que Pedro el Grande soñó y levantó del
polvo. San Petersburgo estaba destinada a ser un modelo de armonía
arquitectónica y el esplendor de una época. La tarde empezaba a
caer y dirigí mis pasos hacia el mar. Quería estar lo más lejos
posible. Después de atravesar cementerios, más y más edificios tan
imponentes como llenos de nostalgia, llegué al mar Báltico. Ahí
vi caer el sol mientras fantaseaba con noches blancas, rusas hermosas
y amores imposibles.
10 pm, hora de volver.