viernes, 25 de abril de 2014
sábado, 19 de abril de 2014
Un tren nos llevó a Lisboa
Enero 2014
Una larga espera y un nuevo rencuentro. La princesa Malèna, acompañada de su corte, vuelve a tierras francesas. Y no atraviesas el Atlántico sólo para visitar Tu Lus, ¿cierto?
Una larga espera y un nuevo rencuentro. La princesa Malèna, acompañada de su corte, vuelve a tierras francesas. Y no atraviesas el Atlántico sólo para visitar Tu Lus, ¿cierto?
Ella
y yo nos lanzamos a Lisboa.
La princesa Malèna y su castillo al fondo
Es
una excelente idea pasar la última noche del año con los
madridnicks pero no es tan buena idea
salir del hostal el primero del año a las once de la mañana para
tomar el tren a Lisboa por la
noche del mismo día. Uno debería poder disfrutar la cruda en paz,
¿no?
La cruda
Como
sea, llegamos. Un clima hostil nos recibió. Según cuentan, Lisboa
es paradisiaco... sólo en temporada.
Entramos a un cafecito a tomar café. Con el mejor de los acentos
pedimos nuestras bebidas.
Una lluvia ligera y constante acariciaba a la ciudad. Impermeables
puestos, empezamos nuestro
recorrido. Desde Santa Apolonia hasta la plaza principal de Lisboa (ahí por donde han
caminado emperadores) no hay mucha distancia. La lluvia nos obligó a
refugiarnos en el museo
de historia de Lisboa.
Horas
después caminamos por calles llenas de turistas (la zona de Lisboa
que un terremoto convirtió
en una cuadrícula). El hambre y nuestra guía
rutarda nos
llevó a un buffet bara bara en el que
nos hartamos. Acto seguido seguimos el camino largo hacia nuestro
hotel en el que descansamos
un poco, entre otras cosas. Todavía tuvimos energía para dar un
paseo por la noche
en el que nos encontramos con una panadería-cafetería en la que nos
echamos unos ricos
panecitos acompañados de un chocolate calientito.
Un
día bastó para darnos cuenta de que, a pesar de ser una capital
europea, Lisboa tiene cosas
que no tienen otras capitales de este continente. O tal vez sólo
una: la
gente sonríe.
Al
día siguiente, al tranvía 28. Una larga espera para dar un paseo
por la ciudad en un mítico vagón.
La verdad este legendario paseo tiene más magia en la pantalla de un
cine que en el
recorrido real. Nos bajamos enmedio de la nada, entramos a un jardín,
encontramos un café
que vendía empanadas (¡deliciosas!) y ahí comimos. Despuesito
caminamos hacia un cementerio
en el que profanamos el agua que estaba dedicada a los sedientos
muertos. Y
de ahí, hacia abajo, luego hacia arriba. Y sin querer queriendo
llegamos a una zona de
antros. Mira qué
casualidad...
Hacia arriba
Eran las once de la noche y no había nadie. Entramos a
un bar, una
cerveza y adiós. Y así sucesivamente. Dimos una gran vuelta (una
gran vuelta que incluyó visitas
a bares llenos de ositos de peluche y a bares digamos artistoides) y, algunas horas después,
volvimos al punto inicial. ¡Ah,
la cosa cambió! Es muy extraño pero la fiesta en
esa zona de Lisboa empieza después de medianoche. Antes no hay nada:
una Cenicienta
al revés. Bebimos hasta que nos cansamos. La zona inicial está
repleta de
minibares. El objetivo no es meterse al bar y beber, más bien se
trata de comprar bebidas
y caminar por la calle mientras te las tomas. Simplemente encantador. De
vuelta a nuestro hotel, unos tipos nos ofrecieron drogas. No fue la
primera vez, durante todo
el viaje esto fue una constante.
Un
día más. Ahora nos dirigimos al museo de azulejos. En nuestro mapa
de turistas el mentado
museo no parecía lejos de Santa Apolonia. Error. Y a eso hay que
agregarle una
lluvia fina o, dicho de otra manera, una lluvia chingaquedito. Del
museo recuerdo sobre
todo el restaurante: ¡ah, qué rico comimos! De ahí al fado. Una
maravilla. Pagar por
ver un espectáculo de esos es impensable. Pero el museo dedicado a
esta expresión musical
tan típicamente lisboeta es perfectamente abordable y altamente
gozable. ¡Qué
voces, cuánta pasión! Justo enfrente del museo se asoma un pasadizo
tan intrigante
como inquietante. Y subimos...
Última
noche de hotel. Cargados, vamos al encuentro de nuestro último día
en Lisboa. No
parece Europa pero las cosas funcionan como si estuvieras ahí.
¡Poseidón, allá vamos!
Y allá fuimos.
Santa
Apolonia, Santísima Apolonia, llévanos a casa.
Dublín
Abbey
Dublín
A
Irlanda fui a beber cerveza. Fui a hablar irlandés. Fui a sentir la
legendaria lluvia irlandesa. De
hecho, no fui a nada de eso (bueno, cerveza hubo, lo demás no).
No
me lo esperaba pero fui a Irlanda a encontrarme con una vieja
historia personal. Deambulando por las
calles de Dublín, cansado después de un largo viaje que había
empezado en Amsterdam unas semanas
antes, me encuentro con The
Abbey Theatre.
Un teatro que vivió una revolución. Y
en ese mismo teatro, en ese mismo momento, se estaba presentando
Major
Barbara. ¡Cuántos
recuerdos trae consigo una obra así! Major
Barbara,
Santa
Juana de los Mataderos...
No
estaba en los planes pero fui a Dublín ya no a beber cerveza. Fui a
Dublín a recordar que el
teatro es parte de mi. Lo es y lo seguirá siendo.
domingo, 13 de abril de 2014
Inglaterra: Londres - Manchester - LIVERPOOL
En la caverna de Liverpool (agosto 2013)
Mi vida musical empezó tarde pero empezó bien. El primer cassette que
compré en mi vida fue un cassette de éxitos de The Beatles. En aquel momento, sin
saberlo, empezaba a prepararme para un evento que habría de suceder en The Cavern, muchos años después. The Cavern, ahí donde cincuenta años antes empezaba una leyenda.
Después de dejar tristemente Manchester, dirigí mis pasos a Liverpool.
Sin muchas ganas, francamente. La perspectiva de volver al viaje solitario no me emocionaba demasiado.
Y así llegué a Liverpool. Lo primero que hice fue lanzarme al museo de The Beatles. Bastante
chafa. Para los fans no aporta nada nuevo. Y yo soy fan. Busqué mi hotel y tomé
algunas fotos en el camino. La ciudad está impregnada de The Beatles, no tardé mucho en
encontrar muros con motivos beatleros (o sus consecuencias naturales): Just give peace a chance. Llegué al
hostal, dejé mis cosas y sin muchas ganas me lancé a la calle. Comí algo mientras escuchaba a una banda que
tocaba en una plaza. No lo sabía pero estaba cerca del lugar. El lugar.
Nuestros antepasados vieron un águila devorando una serpiente. Para mi
la señal fue un grupo de cuatro japoneses en trajes negros tomándose fotos con turistas. Me acerqué y vi
un letrero anunciando bandas de todo el mundo rindiendo homenaje a la legendaria banda que causó
sensación en esas mismas calles cincuenta años atrás. Eran las seis de la tarde.
Entré a The Cavern. Mientras bajaba unas escaleras la temperatura
aumentaba y el ruido también. Oscuridad. Un largo pasillo con un techo como una parabóla multiplicada
por una recta real, infinita. Y al fondo, cuatro tipos en traje: dos guitarristas, un
baterista y un bajista zurdo. ¿Dónde estaba? ¿Era real todo aquello? ¿Qué estaban tocando? No recuerdo.
Caminé de un lado a otro tratando de encontrarle algún sentido a todo aquello. Muchos años
antes había comprado un cassette de The Beatles. Muchos años después estaba ahí, con
ellos.
Seis horas después salí del lugar. Salí
porque se me acabó el dinero. La última cerveza la pagó mi bolsillo ayudado del generoso bolsillo de
alguien más.
En The Cavern John Lennon es brasileño, Paul McCartney es una
mujer, George Harrison canta con acento chilango, Ringo Star es moreno y tiene el cabello lacio
amarrado en una cola de caballo. Tal vez no son los verdaderos The Beatles pero la idea es esa.
La cereza en el pastel: Above us only sky...
Inglaterra: Londres - MANCHESTER - Liverpool
Un
bar es un templo (agosto 2013)
En
el año 1627, en tiempos crueles de la Santa Inquisición, volví a
La Primavera y la buena fortuna
quiso que el buen Rafita (también conocido como el tremendo
chilaquil) y Pao (su
encantadora compañera) también estuvieran ahí. En un viejo y ahora
extinto bar de
La Primavera descubrí, entre sendas caguamas, la fascinación de mi
bien querido Rafita
por su más reciente ciudad adoptiva: Manchester. ¿Qué le hicieron
estos manchestecos
a mi compita? ¿Porqué tanto amor? Tenía que averiguarlo. Así
pues, a
la menor provocación, me lancé a visitarlo.
Una
noche bastó para entenderlo todo. En Manchester un bar no es un bar.
Un bar es un templo. Un
templo donde la fraternidad empieza desde el momento en que te
acercas a la barra y una hermosa
damisela, al verte abrumado por la variedad, te sonríe y te da a
probar. Una vez tomada la
decisión, una cantidad generosa del elixir de los dioses te acompaña
a la mesa donde empieza la
comunión. ¡El paraiso existe! Y después de aquel, uno tras otro,
cualquier cantidad de bares que superan
en originalidad y buen ambiente al que acabamos de visitar. Y así
hasta el infinito.
¡Y
el encanto no se quedó ahí! Un buen día el Rafita me llevó a
conocer a L. S. Lowry, pintor bien conocido
de los manchestecos. Y el tipo me cayó muy bien. Resulta que el bato
en cuestión se
quedó en su tierra pa´ pintar maquilas. Bueno, en juaritos las
llamamos maquilas, por allá debe
ser algo como factories.
Eso
me gustó. A la chingada con los arbolitos, las manzanas o los
girasoles. Este compa pintó la entrada de la fábrica, obreros, humo, altos edificios cuadrados e
insípidos. Tal vez, sin quererlo, nos estaba pintando a todos.
Y
respecto a mi estancia en la ciudad adoptiva de mi compita, hay que
agregar más museos, largos
paseos, un instituto de matemáticas, casitas de ladrillo como las
que se ven en Accross
the Universe,
una carrera matutina, un puente por el que caminaron los Joy
Division, una
foto y un tatuage, una biblioteca, un estadio, un english
breakfast
hecho en casa, noches
de juegos de mesa, curry, cerveza y más cerveza, un desafortunado
partido de futbol y, sobre
todas las cosas, la enorme calidez de mis queridos anfitriones. ¡Ah,
qué bien se siente ser
apapachado!
Mis queridos anfitriones en piyama
sábado, 12 de abril de 2014
Inglaterra: LONDRES - Manchester - Liverpool
Ain't
nothing but... London! (agosto 2013)
Aquí empezó
El
gran Londres: aquel que nació, se convirtió en humo y resurgió de
entre las cenizas. ¿Qué
haces en Londres durante cuatro días? No mucho, en realidad. Viajas
en el tiempo en
algunos de sus museos (llevando contigo a Rosetta
como traductora) para luego darte cuenta
de que que el hecho de que sean gratis también tiene sus
desventajas, sobre
todo en uno que otro en el que probablemente no han cambiado nada en
los últimos 50 años y todo se ve amarilloso y viejo, recorres
jardines mientras te imaginas la
vida de la realeza, te pones al tiro para que no te atropellen, te
maravillas escuchando el delicioso
acento inglés y admirando el paisaje femenino, te paras enfrente del
edificio que
explota en V
for Vendetta y
vuelves a revivir la escena, te subes a los camioncitos rojos de
dos pisos, visitas un barrio chino, te quedas en un hostal en el que te roban tu Oyster
Card y
una lana de paso, pasas
frente al Albert
Hall
y te maravillas de la arquitectura alrededor y, naturalmente, bebes
cerveza.
Unas piernas que te invitan a viajar en el tiempo
Probablemente
esto último fue lo mejor de aquellos días: un lunes por la noche,
hablando con
un parisino de origen senegalés y una canadiense que toca el
acordeón en el Ain´t
nothing but. Y
sales de ahí completamente alcoholizado después de oir unas buenas
rolitas y estás tan contento que quieres abrazar y besar a
todo lo que
va caminando por la misma banqueta londinense sobre la que vas
arrastrando tus pies.
Ain't nothing but...
jueves, 3 de abril de 2014
Aquí sigo querido blog
Este blog empezó un par de años después de irme de juaritos. Han pasado casi siete años desde entonces (de irme de juaritos, no del blog). Si ha de terminar (el blog, no mi vida en juaritos) será cuando vuelva (a juaritos, no al blog).
Por lo pronto, aquí seguimos.
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