Un
bar es un templo (agosto 2013)
En
el año 1627, en tiempos crueles de la Santa Inquisición, volví a
La Primavera y la buena fortuna
quiso que el buen Rafita (también conocido como el tremendo
chilaquil) y Pao (su
encantadora compañera) también estuvieran ahí. En un viejo y ahora
extinto bar de
La Primavera descubrí, entre sendas caguamas, la fascinación de mi
bien querido Rafita
por su más reciente ciudad adoptiva: Manchester. ¿Qué le hicieron
estos manchestecos
a mi compita? ¿Porqué tanto amor? Tenía que averiguarlo. Así
pues, a
la menor provocación, me lancé a visitarlo.
Una
noche bastó para entenderlo todo. En Manchester un bar no es un bar.
Un bar es un templo. Un
templo donde la fraternidad empieza desde el momento en que te
acercas a la barra y una hermosa
damisela, al verte abrumado por la variedad, te sonríe y te da a
probar. Una vez tomada la
decisión, una cantidad generosa del elixir de los dioses te acompaña
a la mesa donde empieza la
comunión. ¡El paraiso existe! Y después de aquel, uno tras otro,
cualquier cantidad de bares que superan
en originalidad y buen ambiente al que acabamos de visitar. Y así
hasta el infinito.
¡Y
el encanto no se quedó ahí! Un buen día el Rafita me llevó a
conocer a L. S. Lowry, pintor bien conocido
de los manchestecos. Y el tipo me cayó muy bien. Resulta que el bato
en cuestión se
quedó en su tierra pa´ pintar maquilas. Bueno, en juaritos las
llamamos maquilas, por allá debe
ser algo como factories.
Eso
me gustó. A la chingada con los arbolitos, las manzanas o los
girasoles. Este compa pintó la entrada de la fábrica, obreros, humo, altos edificios cuadrados e
insípidos. Tal vez, sin quererlo, nos estaba pintando a todos.
Y
respecto a mi estancia en la ciudad adoptiva de mi compita, hay que
agregar más museos, largos
paseos, un instituto de matemáticas, casitas de ladrillo como las
que se ven en Accross
the Universe,
una carrera matutina, un puente por el que caminaron los Joy
Division, una
foto y un tatuage, una biblioteca, un estadio, un english
breakfast
hecho en casa, noches
de juegos de mesa, curry, cerveza y más cerveza, un desafortunado
partido de futbol y, sobre
todas las cosas, la enorme calidez de mis queridos anfitriones. ¡Ah,
qué bien se siente ser
apapachado!
Mis queridos anfitriones en piyama
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