Ain't
nothing but... London! (agosto 2013)
Aquí empezó
El
gran Londres: aquel que nació, se convirtió en humo y resurgió de
entre las cenizas. ¿Qué
haces en Londres durante cuatro días? No mucho, en realidad. Viajas
en el tiempo en
algunos de sus museos (llevando contigo a Rosetta
como traductora) para luego darte cuenta
de que que el hecho de que sean gratis también tiene sus
desventajas, sobre
todo en uno que otro en el que probablemente no han cambiado nada en
los últimos 50 años y todo se ve amarilloso y viejo, recorres
jardines mientras te imaginas la
vida de la realeza, te pones al tiro para que no te atropellen, te
maravillas escuchando el delicioso
acento inglés y admirando el paisaje femenino, te paras enfrente del
edificio que
explota en V
for Vendetta y
vuelves a revivir la escena, te subes a los camioncitos rojos de
dos pisos, visitas un barrio chino, te quedas en un hostal en el que te roban tu Oyster
Card y
una lana de paso, pasas
frente al Albert
Hall
y te maravillas de la arquitectura alrededor y, naturalmente, bebes
cerveza.
Unas piernas que te invitan a viajar en el tiempo
Probablemente
esto último fue lo mejor de aquellos días: un lunes por la noche,
hablando con
un parisino de origen senegalés y una canadiense que toca el
acordeón en el Ain´t
nothing but. Y
sales de ahí completamente alcoholizado después de oir unas buenas
rolitas y estás tan contento que quieres abrazar y besar a
todo lo que
va caminando por la misma banqueta londinense sobre la que vas
arrastrando tus pies.
Ain't nothing but...
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