jueves, 30 de abril de 2009

Recuento musical 1: Yes

En algún momento del año pasado los señores de Los Fabulosos Cadillacs decidieron reunirse y, entre muchos otros lugares, estuvieron en el DF. En estos momentos (desde aquellos) estoy en La primavera, a una hora de la Ciudad de México. Y así comienza el trauma. Tal vez debido a la intensidad del semestre o simplemente por miserable, no fui a verlos. Mejor Malèna viajó desde La frontera hasta Monterrey para verlos que yo aquí nomás al distrito. No me lo pude perdonar. Después de esto, me prometí no dejar pasar un concierto más en lo que podría ser mi último semestre en La primavera. Y en lo posible, así fue. Por alguna maléfica razón, ¡este primer semestre del 2009 hubo un montón de conciertos! Y fui fiel a mi promesa. Lo que quise ver y vi fue: Yes, Regina Orozco, Astrid Hadad y Eugenia León (juntas), Radiohead, Peter Gabriel y LFC. Me pareció bueno cerrar con aquello que había iniciado este pesar.

Jueves 5 de febrero de 2009: En mis tardíos acercamientos a la música, no tardé mucho en enamorarme del sonido hipnotizante (¡que viva la mariguana!) de Pink Floyd. Después, casi mágicamente, el rock progresivo se fue apareciendo. Y así llegó un buen día a mis manos el The Yes Album y de ahí pa’l real. Entiéndanse entonces mis expectativas hacia el concierto de una de las legendarias bandas inglesas del progresivo, con su In the Present Tour. Llegué a la cita en el Teatro Metropólitan con unos auténticos fans del rock progresivo. Por ellos me entero de bandas como Esperanto, Il Balleto di Bronzo, Banco, Premiata Forneria Marconi, Rovescio della Medaglia. Puro chingón. Pasadas la 9 el concierto empieza. No recuerdo con cual pero le siguió I’ve seen all good people. Y el concierto siguió. A mi parecer, el momento culminante se dio con Close to the edge. Magnífica. Cierran con Starship Trooper. Para el encore tocan un par más para finalmente despedirse con Roundabout.

Detalles técnicos. Yes tiene un claro distintivo: la voz de Jon Anderson. No estuvo presente. Parece que estaba enfermo y, según declaraciones a Rolling Stone, el resto de la banda no quiso esperar a que estuviera mejor. Tampoco estuvo el tecladista. En sus lugares, Benoit David y Oliver Wakeman (hijo de Rick Wakeman), respectivamente. Mi oido no me permite distinguir al tecladista original del nuevo. Pero hay una diferencia notable en las voces. El joven Benoit cumple. Su voz es bastante cercana a la de Anderson aunque no basta. La de Jon Anderson es una voz meláncolica, conmovedora. Además, Anderson tiene un encanto muy particular, aun cuando no está cantando. Es sonriente, juguetón y medio afeminado. En cambio el joven David se mostró tímido (aunque lo de medio afeminado lo lograba). Se entiende, con tremendos tipazos a su lado, seguro intimidan. Por otro lado, me di cuenta de que no conozco muchos discos de Yes. Disfruté las canciones en vivo pero fueron pocas las que realmente pude cantar con ellos. Tacha. Como sea, así pasó. Aquella fue una excelente noche al lado de Steve Howe, Chris Squire, Alan White y los jóvenes sustitutos. Desde entonces, he vuelto a escuchar a Yes. Hacía tiempo que no los oía y ahora he vuelto a disfrutar obsesivamente algunas canciones. Viejos rockeros, viejos cómplices.

El Continental infinito

Malèna (¡tú, Ella, prácticamente Monica Belucci!) y yo. Frente a frente. Nos repartimos seis naipes y empezamos. La meta será hacer dos tercias. Fácil, ¿no? Alguno lo logra (¿quién?). El siguiente paso: siete cartas. Ahora intentamos conseguir una tercia y una corrida. La primera evidentemente de tres cartas, la segunda de cuatro. Alguno lo logra. Ocho cartas: dos corridas. Nueve cartas: tres tercias. Malèna me enseñó a jugar hasta juntar doce cartas, es decir, tres corridas (¿o cuatro tercias?, da lo mismo). Cuenta que ella llegó a jugar con sus primos hasta tener veinte naipes (o sea, ¡cinco corridas!). Y a esto lo llama El Continental. Bastante entretenido el jueguito. Y la última partida, sin "bajarse".

Surge inmediatamente la pregunta: ¿hasta que número podríamos jugar? En tiempos de epidemias como en los que estamos, necesitamos una buena manera de pasar el tiempo, así que me aventuro a contestar la pregunta con miras a jugar indefinidamente, o al menos hasta que podamos nuevamente salir a la superficie terrestre.

Replanteo la pregunta: ¿hasta qué número podríamos jugar teniendo en cuenta que ese número debe ser suma de 3 y 4? Por ejemplo, el 2,287,936. Suponiendo que tuviéramos manos gigantescas que pudieran sostener esa cantidad de cartas, ¿será cierto que podemos bajarlas todas haciendo únicamente tercias y corridas? Esta pregunta es bastante sencilla de contestar. Una pregunta más general sería: ¿Bajo qué condiciones dos números a y b son tales que cualquier número a partir de alguno es realizable como suma de a y b? Esa pregunta me la dejo de tarea. En un primer intento sólo logré resolver algunos casos, como a=3, b=4.

Es muy fácil. No es la respuesta más elegante pero funciona. Nótese primero que del 10 al 20 es posible (de otra forma Malèna y sus primitos estaban haciendo trampa). Ahí va la lista:

10=2x3+1x4
11=1x3+2x4
12=0x3+3x4
13=3x3+1x4
14=2x3+2x4
15=5x3+0x4
16=0x3+4x4
17=3x3+2x4
18=6x3+0x4
19=1x3+4x4
20=2x10=2x(2x3+1x4)=4x3+2x4

¡Y listo! Hay que notar que el veinte fue hacer dos veces lo que se hizo con el 10. ¿El 21? Ah, pues hacer lo del 10 y lo del 11, esto da 21. Así logramos la decena 20 al 29. Con esta nueva decena se hace la decena siguiente. Con lo del 10 y 20 se hace el 30, 11 y 20 hacen 31, y así sucesivamente hasta el 39. Usamos esta nueva decena y logramos la decena 40 al 49. Siguiendo de esta manera, de 10 en 10 llegas a cualquier número. Llegar al 2,287,936 tomará algo de tiempo pero eventualmente se logrará. Hago un esfuerzo mental y me doy cuenta de que 2,287,936=124,896x3+478,312x4. ¡Uff, ciento veinticuatro mil ochocientos noventa y seis tercias y cuatrocientos setenta y ocho mil trescientas doce corridas!

Ahí tenemos. Ahora podemos jugar un continental infinito teniendo la certeza de que no nos llevaremos una sorpresa. Esto además se puede convertir en una variante de la última petición del condenado. En vez de la canción de los elefantes, un continental.

miércoles, 29 de abril de 2009

Un capítulo de Pancho Villa, una escena de Felipe Ángeles.

De unas semanas para acá he estado fascinado con la lectura de la biografía narrativa de Paco Ignacio Taibo II sobre Pancho Villa. Estamos en 1914, Villa y la División del Norte han logrado tomar Torreón, Saltillo y pretenden avanzar sobre Zacatecas. El capítulo 33, titulado Telegrafiando, me hace hurgar en la memoria para encontrarme felizmente con una escena en el montaje de Felipe Ángeles, obra de Elena Garro, adaptada por Luis de Tavira (entre otros) y dirigida por él mismo. La escena a la que me refiero cuenta una reunión de algunos generales de la División del Norte en la que se entrevistan telegráficamente con Venustiano Carranza, los primeros en Torreón, el segundo en Saltillo. ¿Cuáles generales? No lo recuerdo completamente. Había varios: Felipe Ángeles, Maclovio Herrera, Pancho Villa y estoy seguro que otros, tal vez Toribio Ortega. Y claro, el telegrafista. Precisamente de esto trata el capítulo 33, de dicha reunión.

En una escena de unos cuantos minutos, se muestra a un Pancho Villa llorando desconsolado por sus conflictos con Carranza, sus generales enchilados por la decisión de éste de remover a Villa del mando en jefe de la División del Norte, mientras Felipe Ángeles los mira y reflexiona. Escena acalorada, llena de movimiento, gritos, insultos (Maclovio Herrera ordena al telegrafista enviar el siguiente mensaje: "Señor Carranza: Me entero de su comportamiento para con mi general Villa. Es usted un hijo de puta. Maclovio Herrera"). Y pese a todo, tenía un toque cómico. No sé si esa era la intención del director. Probablemente los actores se apropiaron de la escena y la convirtieron en una fiesta. Aquello era realmente divertido. Recuerdo verla tras bambalinas acompañado de varios actores, la escena nos divertía incluso a los que participábamos. La escena terminaba con un último mensaje de Felipe Ángeles avisando que se iban a tomar Zacatecas mientras la escenografía giraba para mostrarnos a un espléndidamente caracterizado Venustiano Carranza, que hacía un gesto de desaprobación. En esta escena participaban los actores (¡ah, no recuerdo a todos!) Rodolfo Guerrero, Javier Robles, Manuel Chavez, Mauricio Ugalde, Joaquín Cosío, Horacio Ortega...

Por el contrario, el capítulo 33, obedeciendo al rigor histórico, es menos festivo aunque igualmente intenso. Nos encontramos a un Villa enfurecido, echando pestes, hablando de "colgar a ese viejo y a sus achichincles" y sin lágrimas (aunque como cuentan que era Villa, probablemente hubiera llorado, Taibo II no dice nada al respecto). Inicialmente la entrevista es entre Villa y Carranza. En un momento, Pancho (a secas, como de repente lo llama Taibo II) decide renunciar al mando de la división, llama a Felipe Ángeles y después se convoca al resto de los generales (por cierto, Maclovio Herrera no estaba en Torreón en ese momento, cuando se entera escribe el famoso mensaje que Paco Ignacio reproduce como "Señor Carranza: me entero de su comportamiento para mi general Francisco Villa. Es usted un hijo de mala mujer. Maclovio Herrera"). El autor concluye el capítulo con un comentario sobre la teoría de que Felipe Ángeles influyó en Villa para llegar a esta ruptura con Carranza. Según él, es una teoría que "no se sustenta en ninguna documentación, testimonio, carta o lo que sea".

Con todo esto, tenemos dos maneras de abordar un pequeño pasaje de la revolución mexicana. Ambas con un encanto bastante especial (el estilo narrativo de la biografía la convierte en una delicia para el lector). Si así nos enseñaran la historia, otra cosa sería.

Willkommen, Bienvenue, Welcome!!!

Con las palabras del maestro de ceremonias de Cabaret (EUA, Dir. Bob Fosse, 1972) me doy la bienvenida al universo bloggero. En tiempos de epidemias, recluido en mi hogar en la eterna primavera de México, sin salir a la calle por temor a contraer el virus de la gripe porcina, me siento a escribir en este blog. No sé cuanto me dure el gusto. Pero ante el encierro esto se convierte en una buena manera de pasar el tiempo extra. Así pues, sin más, empiezo. Hasta pronto.