domingo, 22 de junio de 2014

Ahí te ves querido diario

Este blog empezó en plena epidemia porcina en el 2009, mientras intentaba llevar a bien mi maestría. No era la primera vez que dejaba juaritos pero aquella vez iba en serio, de verdad quería lograr algo. En aquellos días de encierro forzado me pareció buena idea empezar a escribir sobre lo que me iba pasando, una especie de querido diario cibernetico. Desde entonces ha pasado mucho. Los días en cuernas terminaron bien. Después de aquello no volví a juaritos, la vida me trajo al otro lado del mundo. Y el blog sobrevivió.  Me acompañó en estos años tan difíciles como espléndidos. El blog fue testigo de buena parte de lo que pasó aquí. Ahora esto también está por terminar. ¡Ah, cuánta alegría, cuántas dudas, cuántos momentos duros! En estos años hubo belleza. Harta belleza, en todas sus expresiones. No todo quedó registrado aquí,  ¡es imposible! Pero igual el blog estuvo ahí, silencioso, cómplice.

Es momento de pasar a otra cosa. La adolescencia terminó. A mis treinta y tres empezaré a ser una persona responsable, pagar impuestos, convertirme en adulto. Y aunque suena feo, todo ese mundo de responsabilidades me da mucha curiosidad. Una nueva vida empieza. Pronto volveré a juaritos aunque no sé si la vida me llevará a otro lado. Este blog empezó cuando me fui, este blog debe terminar cuando regrese. Eso está por suceder.

¡Cámaras mi querido diario!
Au revoir mon cher blog !
Okini!

Au revoir Toulouse

Ça y est, c'est fini...

En un par de semanas la aventura francesa finalmente concluirá. Casi cuatro años se quedaron aquí. No me puedo quejar, la verdad me fue bastante bien. Es hora de volver a casa.

viernes, 30 de mayo de 2014

Machikaneyama

Estoy en Osaka. Hace un par de semanas estuve en Tokio. Mañana voy a Nara, el domingo voy a Kyoto y el fin de semana que entra también. Aquí cumplí 33.

La neta, este país está con madres, dan ganas de quedarse.

Benditas matemáticas.

viernes, 25 de abril de 2014

2013-2014

La foto habla por sí misma. Así terminamos un año y empezamos otro. Sonrisas que terminaron en un baño dorado de veinte mil personas.

sábado, 19 de abril de 2014

Un tren nos llevó a Lisboa

Enero 2014

Una larga espera y un nuevo rencuentro. La princesa Malèna, acompañada de su corte, vuelve a tierras francesas. Y no atraviesas el Atlántico sólo para visitar Tu Lus, ¿cierto?

Ella y yo nos lanzamos a Lisboa.

La princesa Malèna y su castillo al fondo

Es una excelente idea pasar la última noche del año con los madridnicks pero no es tan buena idea salir del hostal el primero del año a las once de la mañana para tomar el tren a Lisboa por la noche del mismo día. Uno debería poder disfrutar la cruda en paz, ¿no?

La cruda

Como sea, llegamos. Un clima hostil nos recibió. Según cuentan, Lisboa es paradisiaco... sólo en temporada. Entramos a un cafecito a tomar café. Con el mejor de los acentos pedimos nuestras bebidas. Una lluvia ligera y constante acariciaba a la ciudad. Impermeables puestos, empezamos nuestro recorrido. Desde Santa Apolonia hasta la plaza principal de Lisboa (ahí por donde han caminado emperadores) no hay mucha distancia. La lluvia nos obligó a refugiarnos en el museo de historia de Lisboa.

Horas después caminamos por calles llenas de turistas (la zona de Lisboa que un terremoto convirtió en una cuadrícula). El hambre y nuestra guía rutarda nos llevó a un buffet bara bara en el que nos hartamos. Acto seguido seguimos el camino largo hacia nuestro hotel en el que descansamos un poco, entre otras cosas. Todavía tuvimos energía para dar un paseo por la noche en el que nos encontramos con una panadería-cafetería en la que nos echamos unos ricos panecitos acompañados de un chocolate calientito.

Un día bastó para darnos cuenta de que, a pesar de ser una capital europea, Lisboa tiene cosas que no tienen otras capitales de este continente. O tal vez sólo una: la gente sonríe.

Al día siguiente, al tranvía 28. Una larga espera para dar un paseo por la ciudad en un mítico vagón. La verdad este legendario paseo tiene más magia en la pantalla de un cine que en el recorrido real. Nos bajamos enmedio de la nada, entramos a un jardín, encontramos un café que vendía empanadas (¡deliciosas!) y ahí comimos. Despuesito caminamos hacia un cementerio en el que profanamos el agua que estaba dedicada a los sedientos muertos. Y de ahí, hacia abajo, luego hacia arriba. Y sin querer queriendo llegamos a una zona de antros. Mira qué casualidad... 

Hacia arriba

 Eran las once de la noche y no había nadie. Entramos a un bar, una cerveza y adiós. Y así sucesivamente. Dimos una gran vuelta (una gran vuelta que incluyó visitas a bares llenos de ositos de peluche y a bares digamos artistoides) y, algunas horas después, volvimos al punto inicial. ¡Ah, la cosa cambió! Es muy extraño pero la fiesta en esa zona de Lisboa empieza después de medianoche. Antes no hay nada: una Cenicienta al revés. Bebimos hasta que nos cansamos. La zona inicial está repleta de minibares. El objetivo no es meterse al bar y beber, más bien se trata de comprar bebidas y caminar por la calle mientras te las tomas. Simplemente encantador. De vuelta a nuestro hotel, unos tipos nos ofrecieron drogas. No fue la primera vez, durante todo el viaje esto fue una constante.


Un día más. Ahora nos dirigimos al museo de azulejos. En nuestro mapa de turistas el mentado museo no parecía lejos de Santa Apolonia. Error. Y a eso hay que agregarle una lluvia fina o, dicho de otra manera, una lluvia chingaquedito. Del museo recuerdo sobre todo el restaurante: ¡ah, qué rico comimos! De ahí al fado. Una maravilla. Pagar por ver un espectáculo de esos es impensable. Pero el museo dedicado a esta expresión musical tan típicamente lisboeta es perfectamente abordable y altamente gozable. ¡Qué voces, cuánta pasión! Justo enfrente del museo se asoma un pasadizo tan intrigante como inquietante. Y subimos...


Última noche de hotel. Cargados, vamos al encuentro de nuestro último día en Lisboa. No parece Europa pero las cosas funcionan como si estuvieras ahí. ¡Poseidón, allá vamos! Y allá fuimos.


Santa Apolonia, Santísima Apolonia, llévanos a casa.
 

Dublín

Abbey Dublín
A Irlanda fui a beber cerveza. Fui a hablar irlandés. Fui a sentir la legendaria lluvia irlandesa. De hecho, no fui a nada de eso (bueno, cerveza hubo, lo demás no). 

No me lo esperaba pero fui a Irlanda a encontrarme con una vieja historia personal. Deambulando por las calles de Dublín, cansado después de un largo viaje que había empezado en Amsterdam unas semanas antes, me encuentro con The Abbey Theatre. Un teatro que vivió una revolución. Y en ese mismo teatro, en ese mismo momento, se estaba presentando Major Barbara. ¡Cuántos recuerdos trae consigo una obra así! Major Barbara, Santa Juana de los Mataderos... 
No estaba en los planes pero fui a Dublín ya no a beber cerveza. Fui a Dublín a recordar que el teatro es parte de mi. Lo es y lo seguirá siendo.

domingo, 13 de abril de 2014

Inglaterra: Londres - Manchester - LIVERPOOL

En la caverna de Liverpool (agosto 2013)
Mi vida musical empezó tarde pero empezó bien. El primer cassette que compré en mi vida fue un cassette de éxitos de The Beatles. En aquel momento, sin saberlo, empezaba a prepararme para un evento que habría de suceder en The Cavern, muchos años después. The Cavern, ahí donde cincuenta años antes empezaba una leyenda.

Después de dejar tristemente Manchester, dirigí mis pasos a Liverpool. Sin muchas ganas, francamente. La perspectiva de volver al viaje solitario no me emocionaba demasiado. Y así llegué a Liverpool. Lo primero que hice fue lanzarme al museo de The Beatles. Bastante chafa. Para los fans no aporta nada nuevo. Y yo soy fan. Busqué mi hotel y tomé algunas fotos en el camino. La ciudad está impregnada de The Beatles, no tardé mucho en encontrar muros con motivos beatleros (o sus consecuencias naturales): Just give peace a chance. Llegué al hostal, dejé mis cosas y sin muchas ganas me lancé a la calle. Comí algo mientras escuchaba a una banda que tocaba en una plaza. No lo sabía pero estaba cerca del lugar. El lugar. 


Nuestros antepasados vieron un águila devorando una serpiente. Para mi la señal fue un grupo de cuatro japoneses en trajes negros tomándose fotos con turistas. Me acerqué y vi un letrero anunciando bandas de todo el mundo rindiendo homenaje a la legendaria banda que causó sensación en esas mismas calles cincuenta años atrás. Eran las seis de la tarde.


Entré a The Cavern. Mientras bajaba unas escaleras la temperatura aumentaba y el ruido también. Oscuridad. Un largo pasillo con un techo como una parabóla multiplicada por una recta real, infinita. Y al fondo, cuatro tipos en traje: dos guitarristas, un baterista y un bajista zurdo. ¿Dónde estaba? ¿Era real todo aquello? ¿Qué estaban tocando? No recuerdo. Caminé de un lado a otro tratando de encontrarle algún sentido a todo aquello. Muchos años antes había comprado un cassette de The Beatles. Muchos años después estaba ahí, con ellos.

Seis horas después salí del lugar. Salí porque se me acabó el dinero. La última cerveza la pagó mi bolsillo ayudado del generoso bolsillo de alguien más. 


En The Cavern John Lennon es brasileño, Paul McCartney es una mujer, George Harrison canta con acento chilango, Ringo Star es moreno y tiene el cabello lacio amarrado en una cola de caballo. Tal vez no son los verdaderos The Beatles pero la idea es esa. 

La cereza en el pastel: Above us only sky...