sábado, 30 de noviembre de 2013

Un tren nos llevó a Alemania I

Julio 2012

Munich

El recorrido empezó en Munich. Después de aquellos días en la montaña volví a los brazos de mi mujer (y ella a los brazos de su hombre) y nos entregamos a los excesos (¡a todos los excesos!).


Nos encontramos en Munich para beber. Y Munich fue generoso. Tarros gigantescos estuvieron siempre junto a nosotros. Y con ellos, los munichienses. La primer noche, unos jovencitos peligrosos que a mí me divirtieron mucho pero que asustaron a mi mujercita dejaron claro que hay alemanes que están lejos de ser como los platican.


Una calle después: bar lleno de gente, un acercamiento tímido, una pregunta: are you part of the community?, una respuesta: somehow..., ¡esa era la palabra mágica!, resultado: ¡harta cerveza gratis!, hasta que la fiesta terminó y nos echaron del lugar. A caminar de vuelta a casa siguiendo un camino zigzigueante. Minutos después, una fuente que promete la eterna juventud. La princesa Malèna y yo, en la cúspide de la borrachera, atrevesamos la fuente corriendo y ¡ah, borrachera traicionera!, mi triste compañera terminó estampándose en un pilar de medio metro de altura. Como pude la levanté imaginando lo peor: ¡el alcohol y una fuente mágica se iban a robar la memoria de mi mujercita! La abracé completamente angustiado, le pregunté su nombre y si sabía dónde estaba. No contestó. La noche se fue en un largo mal viaje que mi oscura imaginación decidió seguir.

A la mañana siguiente, la cruda y de vuelta a la vida real. ¡Y vámonos a Berlín!

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