viernes, 22 de julio de 2011

El espíritu de la colmena (4)

Lo que sigue salió del estudio The spirit of the beehive de la autora cuyo nombre no recuerdo y de una serie de artículos que aparecieron en Le monde diplomatique en septiembre de 2007 con motivo de la exposición "Correspondances" en la que se abría un diálogo entre los cineastas Abbas Kiarostami y Victor Erice respecto a temas recurrentes en su filmografía, entre ellos, el de la infancia.

El director

Nació en Carranza, España, en 1940. Durante sus estudios de cine, realizó varios cortometrajes como Entre vías y páginas o Páginas de un diario, asi como un mediometraje titulado Los días perdidos. Pero no fue sino hasta 1973, cuando realizó su primer largometraje, El espíritu de la colmena, que Victor Erice logró un reconocimiento mundial. Diez años más tarde realizó El sur (1983), la historia de una niña fascinada por  el pasado misterioso de su padre siempre ausente. Vuelven a pasar casi diez años para que Erice realice su tercer largometraje, El sol del membrillo (1982), una especie de documental sobre el trabajo del pintor Antonio López. Con esta película Erice se lleva el Premio del Jurado en el Festival de Cannes así como el Premio de la Crítica Internacional. Y desde entonces, ningún otro largometraje...

On ne choisit pas d'être artiste

En el citado periódico, Victor Erice escribió un artículo titulado On ne choisit pas d'être artiste (algo asi como No se escoge ser artista). Aquí se queda el enlace al artículo original y sólo transcribo y medio traduzco el párrafo que más me gustó.

Victor Erice 

 En el curso de mi experiencia de cineasta, el tema de la infancia nunca apareció separado de la historia y de sus circunstancias. Los niños han encarnado en mis películas una cierta forma de revuelta. Ellos han trascendido mi enfoque antes que modificarlo. Siempre he estado interesado en los niños que son verdaderos niños y no copias prematuras de adultos. Lo que me emociona más en ellos es su rebeldía, su capacidad de resistencia frente a las horas amargas, su manera de utilizar la imaginación; en definitiva, su capacidad de darle la vuelta a este simulacro de vida que la sociedad teje alrededor de ellos y que llamamos "realidad". En este sentido, los niños son, sin quererlo, los artistas más auténticos. No persiguen ningún fin. Ellos simplemente juegan, pero siempre es en serio.

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