domingo, 14 de octubre de 2012

Stupeur et tremblements

Hay cosas que llegan solas. Probablemente aquellas que estaban destinadas a llegar. Una de mis primeras lecturas en francés fue la novela Acide Sulfurique de Amélie Nothomb, que fue un regalo de uno de los primeros franceses que conocí (aquel francés que luego se enamoró de una coreana). Emocionado por el regalo y por el reto que significaba, empecé a leer. Desafortunadamente mi francés era aún demasiado rústico y no entendía gran cosa, la lectura se detenía cada dos lineas y, en ocasiones, aún sabiendo el significado de cada palabra de una oración, simplemente no la entendía. Y ahí quedó.

Llego a Tu Lus y una breve visita a una librería bastó para darme cuenta de que Amélie Nothomb es bastante conocida. Aún así, tuvieron que pasar dos años antes de que me volviera a interesar en ella. En un buen rato de ocio me encontré en la tele un programa en el que entrevistaban a la mentada Amélie. Su apariencia y su voz (una especie de Morticia francesa), su memoria prodigiosa y sus respuestas rápidamente me cautivaron. Me quedé pensando en ella y en mi frustrante primer contacto con su obra. Tenía que darle una segunda oportunidad. Buscando por aquí y por allá llegó a mis manos el título que la hizo famosa: Stupeur et tremblements, que comienza así:

Monsieur Haneda était le supérieur de monsieur Omochi, qui était le supérieur de monsieur Saito, qui était le supérieur de mademoiselle Mori, qui était ma supérieure. Et moi, je n'étais la supérieure de personne.
On pourrait dire les choses autrement. J'étais aux ordres de mademoiselle Mori, qui était aux ordres de monsieur Saito, et ainsi de suite, avec cette précision que les ordres pouvaient, en aval, sauter les échelons hiérarchiques. 
Ainsi, dans la compagnie Yamamoto, j'étais aux ordres de tout le monde.
(El señor Haneda era el superior del señor Omochi, que era el superior del señor Saito, que era el superior de la señorita Mori, que era mi superior. Y yo no era la superior de nadie.
Podemos decir las cosas de otra manera. Yo estaba a las órdenes de la señorita Mori, que estaba a las órdenes del señor Saito, y así sucesivamente, con la precisión que las órdenes podían, además, saltar los escalones jerárquicos.
Así pues, en la compañía Yamamoto, yo estaba a las órdenes de todo mundo.)
 
En estas lineas, donde ya se adivina un humor particular, se anuncia el terrible destino que le espera a la narradora. La autora presta su nombre a su protagonista y de paso le da unos antecedentes propios que justifican la presencia de una joven belga en una compañía japonesa (al parecer, Amélie Nothomb pasó algunos años de su infancia en Japón).

Amélie, llena de ingenuidad y buena voluntad, intentará integrarse a la compañía que no sólo no le permitirá superarse profesionalmente sino que la hundirá gradualmente hasta relegarla a la limpieza de las tazas del baño. En esta especie de descenso al infierno nuestra protagonista se asoma a los límites de su lucidez y aunque siempre procura mantener su dignidad pase lo que pase, hay algunos pasajes de una tristeza y una crueldad absolutos en los que nuestra valiente protagonista inevitablemente se derrumba. Pero Amélie sobrevivirá. Y se despedirá de la compañía no sin antes despedirse de su principal verdugo, mademoiselle Mori (de cuyo rostro Amélie está profundamente enamorada), de la forma mas sádica posible: sin quejarse y reconociendo que ella, su superior, siempre tuvo razón. En la novela está el delicioso secreto que explica esta misteriosa venganza...

Todavía no entiendo bien porqué terminé encantado con la novela. Tal vez por el buen humor de su protagonista. Tal vez por su desenfado. Tal vez por la dignidad que la mantuvo de pie. Tal vez porque yo soy así. Tal vez porque yo no soy así.

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