sábado, 25 de mayo de 2013

St Peters

Todo comenzó en un verano peligroso. El terrorista marroquí me sugirió un camino que yo no había imaginado y que me llevó directito a unas mentadas bases de Groebner. Aparecieron y después desaparecieron. Seis años más tarde, esas bases de Groebner me llevaron a San Petersburgo.
 
San Petersburgo
 
Por razones mágicas (sí, porque la vida es mágica), las bases de Groebner reaparecieron en mi vida. Luego un amigo de mi querido director se apareció por Tu Lus. Y, ¡mira qué casualidad!, el tipo es un especialista en el tema. Sin dudarlo un momento, me lancé a su encuentro y hablamos y hablamos. Resulta que el tipo en cuestión organiza un congreso sobre álgebra computacional en San Petersburgo y así sin más me invitó.

The Euler Mathematics Institute

Para el congreso, cualquier cosa que incluya las palabras álgebra computacional entra. O sea, hubo de todo. Y si a eso le agregamos que una que otra plática era en ruso pues podemos concluir que de las pláticas en si no aproveché mucho. Afortunadamente, como en cualquier congreso respetable, hubo noches de alcohol y es ahí donde se intercambian realmente las ideas. Las ideas y unos buenos tragos de vodka casero. Aquello se veía altamente tóxico pero igual le entré con muchas ganas. Tal vez demasiadas. Pero cómo negarse a un trago más cuando toda la gente está cantando, brindando y sonriendo. Había algunos que no hablaban más que ruso e incluso con ellos se estaba bien. Había un estudiante en particular que era deliciosamente simpático. Todo el tiempo me hablaba en ruso y se reía sin parar. Seguramente me estaba mentando la madre pero no importa. La buena vibra siempre se agradece. Tuvimos un par de tardes libres para turistear. La primera me perdí tratando de encontrar el centro. No lo logré pero en el camino me entregué a la melancolía que emana de esos viejos edificios de la era comunista rodeados de enormes árboles sin hojas. 

Aquellos viejos edificios
 
El último día, ahora sí con un mapa y acompañado una parte del recorrido por un ruso gigantesco, me entregué a la contemplación de ese centro histórico que Pedro el Grande soñó y levantó del polvo. San Petersburgo estaba destinada a ser un modelo de armonía arquitectónica y el esplendor de una época. La tarde empezaba a caer y dirigí mis pasos hacia el mar. Quería estar lo más lejos posible. Después de atravesar cementerios, más y más edificios tan imponentes como llenos de nostalgia, llegué al mar Báltico. Ahí vi caer el sol mientras fantaseaba con noches blancas, rusas hermosas y amores imposibles.

10 pm, hora de volver.

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