lunes, 9 de diciembre de 2013

Amsterdam II

Agosto 2013 

Segundo día. Mucho más tranquilo. Van Gogh me espera. Paso la mañana recuperándome del día anterior. Voy a visitar el Vundelpark, un parque que está al ladito de mi hostal. Una maravilla. Me habían dicho que no se puede fumar mota en lugares públicos pero en el parque había gente fumando. Como yo quería ir bien arreglado a ver a Van Gogh, me instalé bajo un árbol y prendí el cigarro que no me acabé el día anterior. Volví a la órbita. Vi pasar a la gente, vi los árboles moviéndose, vi las nubes, vi un cielo azul, vi la elegancia de las holandesas en bicicleta. Derechitas, todas ellas. Hermosas, radiantes. Wake up! Hay que moverse. Me dirijo al museo. Después de una larga espera haciendo fila, entro. Mucha gente. Hay un autoretrato justo a la entrada y no hay manera de verlo en paz, todos queremos verlo. Me alejo un poco. Me detengo frente a un cuadro. Un llano, nubes anunciando una tormenta, una iglesia al fondo, pequeñita, y un rayo de luz sobre ella. Era la primera época de Van Gogh, devoto, religioso, el mensaje estaba claro. Pasé más tiempo en este cuadro que en cualquier otro. Después, todo lo demás. Uff, es demasiado. Me cansé. Van Gogh se repite o yo no veo la sutileza de su genialidad. Termino un poco molesto. ¿Porqué tanto escándalo por este tipo? ¿Qué es lo que lo hace tan famoso? ¿Su trabajo? ¿Su locura? ¿Su suicidio? Todo junto, sin duda. Mi pobre visión no alcanza a ver más allá de unos trazos gruesos y violentos y unos colores que deslumbran; sí, pero ¿y luego?

¡Ay, Van Gogh, no te entiendo!

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