lunes, 9 de diciembre de 2013

Amsterdam III

Agosto 2013 

Tercer día. Hay que visitar el otro museo importante. Pero antes, una parada en el Vundelpark para arreglarse. Clásicos holandeses mucho más fáciles de digerir que Van Gogh. Otra jornada espectacular. Cuadro tras cuadro, maravilla tras maravilla. El resto del día se fue recorriendo las calles a pie.


Cuarto día. Soy un amante de la bicicleta. Nunca me ha gustado mucho manejar. En cambio, en bicicleta siento que floto, soy un pez en el agua. Y Amsterdam es un paraíso para los ciclistas. Para explorar ese encanto de la ciudad me abstuve de invocar a mi séptimo sentido. En mis cinco, rento una bicicleta. En el Vundelpark dejo el resto de la sustancia mágica. Triste final, un bote de basura. En mis cinco, me subo a la bicicleta. Y a recorrer toda la ciudad. Toda. Completamente drogado siempre estuve muy tranquilo. ¡Su puta madre, en la bicicleta no! Hay reglas de buena conducta que hay que respetar y que desde luego no conozco. Y ahí me tienen, metiéndome en sentido contrario, manejando demasiado despacio, parándome donde no debía, dándole el paso a los carros cuando son ellos los que deben pararse. Intenso, así estuvo. Y sobreviví. Me perdí, como debe ser. Sentí angustia pero no miedo. Entré y salí de Amsterdam en bicicleta. Y en el camino, ventanas sin cortinas, gente sonriente, la buena vibra.


Mi corazón latió al ritmo de la ciudad. Y la ciudad me pareció en perfecta armonía. En paz y en perfecta armonía.

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