sábado, 19 de abril de 2014

Un tren nos llevó a Lisboa

Enero 2014

Una larga espera y un nuevo rencuentro. La princesa Malèna, acompañada de su corte, vuelve a tierras francesas. Y no atraviesas el Atlántico sólo para visitar Tu Lus, ¿cierto?

Ella y yo nos lanzamos a Lisboa.

La princesa Malèna y su castillo al fondo

Es una excelente idea pasar la última noche del año con los madridnicks pero no es tan buena idea salir del hostal el primero del año a las once de la mañana para tomar el tren a Lisboa por la noche del mismo día. Uno debería poder disfrutar la cruda en paz, ¿no?

La cruda

Como sea, llegamos. Un clima hostil nos recibió. Según cuentan, Lisboa es paradisiaco... sólo en temporada. Entramos a un cafecito a tomar café. Con el mejor de los acentos pedimos nuestras bebidas. Una lluvia ligera y constante acariciaba a la ciudad. Impermeables puestos, empezamos nuestro recorrido. Desde Santa Apolonia hasta la plaza principal de Lisboa (ahí por donde han caminado emperadores) no hay mucha distancia. La lluvia nos obligó a refugiarnos en el museo de historia de Lisboa.

Horas después caminamos por calles llenas de turistas (la zona de Lisboa que un terremoto convirtió en una cuadrícula). El hambre y nuestra guía rutarda nos llevó a un buffet bara bara en el que nos hartamos. Acto seguido seguimos el camino largo hacia nuestro hotel en el que descansamos un poco, entre otras cosas. Todavía tuvimos energía para dar un paseo por la noche en el que nos encontramos con una panadería-cafetería en la que nos echamos unos ricos panecitos acompañados de un chocolate calientito.

Un día bastó para darnos cuenta de que, a pesar de ser una capital europea, Lisboa tiene cosas que no tienen otras capitales de este continente. O tal vez sólo una: la gente sonríe.

Al día siguiente, al tranvía 28. Una larga espera para dar un paseo por la ciudad en un mítico vagón. La verdad este legendario paseo tiene más magia en la pantalla de un cine que en el recorrido real. Nos bajamos enmedio de la nada, entramos a un jardín, encontramos un café que vendía empanadas (¡deliciosas!) y ahí comimos. Despuesito caminamos hacia un cementerio en el que profanamos el agua que estaba dedicada a los sedientos muertos. Y de ahí, hacia abajo, luego hacia arriba. Y sin querer queriendo llegamos a una zona de antros. Mira qué casualidad... 

Hacia arriba

 Eran las once de la noche y no había nadie. Entramos a un bar, una cerveza y adiós. Y así sucesivamente. Dimos una gran vuelta (una gran vuelta que incluyó visitas a bares llenos de ositos de peluche y a bares digamos artistoides) y, algunas horas después, volvimos al punto inicial. ¡Ah, la cosa cambió! Es muy extraño pero la fiesta en esa zona de Lisboa empieza después de medianoche. Antes no hay nada: una Cenicienta al revés. Bebimos hasta que nos cansamos. La zona inicial está repleta de minibares. El objetivo no es meterse al bar y beber, más bien se trata de comprar bebidas y caminar por la calle mientras te las tomas. Simplemente encantador. De vuelta a nuestro hotel, unos tipos nos ofrecieron drogas. No fue la primera vez, durante todo el viaje esto fue una constante.


Un día más. Ahora nos dirigimos al museo de azulejos. En nuestro mapa de turistas el mentado museo no parecía lejos de Santa Apolonia. Error. Y a eso hay que agregarle una lluvia fina o, dicho de otra manera, una lluvia chingaquedito. Del museo recuerdo sobre todo el restaurante: ¡ah, qué rico comimos! De ahí al fado. Una maravilla. Pagar por ver un espectáculo de esos es impensable. Pero el museo dedicado a esta expresión musical tan típicamente lisboeta es perfectamente abordable y altamente gozable. ¡Qué voces, cuánta pasión! Justo enfrente del museo se asoma un pasadizo tan intrigante como inquietante. Y subimos...


Última noche de hotel. Cargados, vamos al encuentro de nuestro último día en Lisboa. No parece Europa pero las cosas funcionan como si estuvieras ahí. ¡Poseidón, allá vamos! Y allá fuimos.


Santa Apolonia, Santísima Apolonia, llévanos a casa.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario