miércoles, 6 de mayo de 2009

Recuento musical 5: Los Fabulosos Cadillacs

Aún recuerdo mi sorpresa al darme cuenta, al lado de la princesa Malèna, de que Los Fabulosos Cadillacs (banda a la que por no ir a ver me mantuvo de concierto en concierto buscando el perdón divino, ¡y lo encontré!) estarían en el Palacio de los Deportes el 14 de abril. La penitencia había dado frutos. Sin dudarlo un momento, en cuanto volví a La primavera me hice de dos boletos (¡ah, porque como bonus extra Malèna iría conmigo, haciendo de aquello el cierre perfecto). ¿Y porqué tanto escándalo por estos tipos? Resulta que el primerísimo disco compacto que compré directo de mi bolsillo fue nada menos que Vasos Vacíos de LFC. Entonces era un lepe imberbe que disfrutaba brincar con la energía de los 14 o 15 años al ritmo de Cadillacs, El Matador, Te tiraré del altar, Gitana y, por supuesto, Yo no me sentaría en tu mesa, la primera canción en mi historia que me haría estremecerme, conmoverme y entregarme al fenómeno musical. Por cierto que darme cuenta de que es una canción significativa para todos los fans no me gustó mucho. En su momento era mi canción, ajena a todos.

Por mucho tiempo no tuve más que aquel disco. Luego fueron llegando Rey Azúcar, El León y más recientemente Calaveras y Diablitos (mi favorito), Hola y Chau. Un total de 90 canciones (algunas repetidas) forman mi pequeña colección. Suficientes para darse cuenta del potencial y de la gran energía de estos músicos argentinos. Estamos en las vacaciones de semana santa, Malèna y yo en pleno idilio recorriendo los alrededores de La primavera, hasta que llega el día...

Martes 14 de abril de 2009. Llegamos al Palacio de los Deportes con una tercia de cervezas encima, compramos respectivos souvenirs y entramos al recinto. Ambos llenos de expectativas. Ella quiere oir Saco azul, yo Mal bicho. Ambos seremos complacidos y no sólo con esas. Como bien predijo Malèna, empezaron explosivamente con Manuel Santillán, el León. Ni me gusta tanto la canción pero fue tal el arranque, los trompetazos, la voz del Vicentico, la violencia del Señor Flavio, que encantado la canté con el resto de las almas ahí reunidas. Y así pasaron una tras otra. Todas las canciones. Una verdadera furia. No había manera de permanecer indiferente. El sax de Rotman, las trompetas y las percusiones. Cada instrumento llamaba a despertar, a desgañitarse, a entregarse a un acto liberador, una catársis multitudinaria. ¿Exagero? No lo creo. En aquel momento deseaba secreta y egoístamente que aquello no terminara. Que el carnaval se extendiera infinitamente. Que la música de estos extraordinarios señores escapara del lugar y toda esa alegría que la rodea envolviera al mundo y por unos momentos lo hiciera sonreir. Pero aquello sólo duró un par de horas. Dos horas vivas: Vos sabes, No. 2 en tu lista, Siguiendo la luna, Estoy harto de verte con otros, Vasos Vacíos, El matador, Padre nuestro, Demasiada presión, El aguijón, Carmela, Carnaval toda la vida, Paquito, Mi novia se cayó en un pozo ciego, V centenario,... Mención aparte merece (¡todas merecen mención aparte!) Calaveras y diablitos. Esa melódica guitarra, casi tierna, la entrada de las trompetas, todo el acompañamiento y la voz del Vicentico. Aquello sonó glorioso. Y el coro que nos correspondió cantar: No quiero morir sin antes haber amado pero tampoco quiero morir de amor. En ese momento, el viejo truco de iluminar al público aparece para mostrar un recinto completamente abarrotado, miles de personas acompañando a Los Fabulosos, entregadas en cuerpo y alma, cantando a todo pulmón como si cada uno fuera a ser escuchado. Aquello no importaba, éramos uno y nuestra voz se escuchó.

El concierto terminó. Aún en los baños, en los ríos de gente que salían del lugar, se tarareaba Yo no me sentaría en tu mesa. Era el eco de un momento que nadie quería dejar morir. Hasta que poco a poco se apagó. Y en silencio, agradecidos, despertamos.

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